Alfredo León. “Había una vez en la que el fútbol era nuestro”
El fútbol fue siempre de la gente, que fueron quiénes lo inventaron para divertirse jugándolo; ese fue siempre su cometido, ningún otro. Se creó como un juego para divertir al que lo practicaba y no al que lo veía tras una valla. Nunca fue un espectáculo, sino un pasatiempo que tomó tal magnitud que terminó englobando sentimientos comunitarios, sociales e ideológicos. Esa fue siempre la grandeza del fútbol, ninguna otra.
Tal fue su nobleza y lealtad que el fútbol comenzó a crear clubes que se definían por contextos sociales, realidades morales, ideologías y sentimientos patrios o comunitarios muy fuertes. La gente se significaba con unos colores y un escudo en base a unos valores fundacionales, que tenían un porqué, y un para qué. El sentimiento del aficionado trascendía más allá del nombre del club, representaba emociones personales, que no sólo se fraguaban en la propia competencia, sino fuera del terreno de juego.
“El fútbol nunca fue un espectáculo, sino un pasatiempo que tomó tal magnitud que terminó englobando sentimientos comunitarios, sociales e ideológicos”
La globalización, industrialización, y el mercado nos fue arañando su esencia. Fue desnaturalizando el juego, convirtiéndolo en una industria del espectáculo, en un negocio de masas, y fue prostituyéndolo todo. El fútbol se convirtió en dinero, y mientras nos engañaban, como la mordida de una rata que te sopla para que no te enteres de lo que te va carcomiendo, fuimos dejando entrar a magnates que compraban clubes enteros a golpe de talonario, fuimos blanqueando a federaciones que buscaron lucrarse a costa de los futbolistas, fuimos dejando pasar a quiénes nos vendían el sensacionalismo de lo que el dinero generaba alrededor del juego, y nunca con él. No sólo los dejamos pasar, no sólo incluso lo aceptamos, sino que lo terminamos consumiendo, y hasta demandando.
Sin darnos cuenta nos convertimos en parte de ello, en partícipes de una industria mercantilizada donde, nosotros, la gente, los que inventamos el juego, no fuimos más que un consumidor, que cada vez tuvo menos incidencia, menos voz, y prácticamente ningún mísero voto.
En todo este proceso de hurto, lo único que nos ha quedado es la meritocracia. Esa posibilidad de los equipos de ganarse en el campo, lo que prácticamente los poderes financieros fueron poniendo cada vez más complicado. El esfuerzo, el sacrificio, el valor, la superación; todos esos atributos que aún le quedan al fútbol dentro de un terreno de juego. Así pudimos ver al Leicester levantar una Premier League en un ejercicio de superación descomunal. A un Athletic Club eliminar, en el teatro de los sueños, al Manchester United en una eliminatoria excitante. A un Ajax que enamoró a Europa en la Champions de 2019. A un Depor levantarle una eliminatoria increíble al todopoderoso AC Milán en 2004. A un Oporto campeón de Europa, ese mismo año, en una final frente al Mónaco.
“Si algo le queda al fútbol es la posibilidad de que los más débiles se ganen en el campo el valor de pelear por sus metas en la igualdad de condiciones que permite el reglamento”
Si algo le queda al fútbol es la posibilidad de que los más débiles se ganen en el campo el valor de pelear por sus metas en la igualdad de condiciones que permite el reglamento. Como dijo un sabio llamado Marcelo; “Lo que le da salud al fútbol es la posibilidad del desarrollo de los débiles, no el exceso de crecimiento de los fuertes”. Si eso se acaba, nos lo han terminado de robar todo.
Lo excitante es de este deporte es la sorpresa, la posibilidad de que lo imposible pase por una vez, la incredulidad del logro, y la atracción de que ocurra. La verdadera esencia que nos queda es precisamente eso, la caprichosidad del destino, que nos puede deparar unas semifinales de Champions entre el Manchester City y el PSG, o un Valencia hincar la rodilla en dos finales europeas, y no la estandarización de encuentros marcados en el calendario con hasta 8 meses de antelación.
Con todo esto de la mercantilización cada vez quedamos menos aficionados al fútbol, sí, al fútbol, que no es otra cosa que el juego, así nació su nombre – lo otro deberíamos llamarlo de otra forma – Pues eso, que cada vez somos menos, pero más capacitados, más concienciados con una idea, y con una actitud. Y para un verdadero aficionado al fútbol, esa actitud no sólo le debe imponer vibrar con el juego de su equipo, o celebrar sus logros, debe ser tremendamente fundamental sentirse representado por los valores y las acciones del club que lleve en el corazón. Un club que no escuche a sus aficionados, no será nunca un club de su gente.
Es ahí donde reside nuestra importancia, la tremenda capacidad que creo que aún tiene el aficionado para reivindicar lo que un día nació de nosotros, fue nuestro y debemos volver a recuperar. Si hubo una vez en el que el fútbol fue de la gente, debe ser ahora cuando aunemos todas nuestras fuerzas para que no nos lo terminen de robar.