Alfredo León. “El arte y el orgullo de competir”
Las absurdas modas futbolísticas de estos últimos tiempos con el “jugar bonito” a veces rozan la indecencia. Es cierto que probablemente estemos viviendo en una época en la que el juego ha adquirido unos matices de finura, estudio y desarrollo magníficos.
Soy el primero que se siente tremendamente feliz por ello, disfruto viendo cómo se intenta mejorar cada detalle del deporte al que amo, pero creo que debe existir una barrera entre el espectáculo y la competitividad. Y no están reñidas, por supuesto que no, pero muchas más veces de las que nos gustaría no vemos obligados a priorizar una sobre la otra. Más aun cuando las distancias entre el ganar y el perder son tan insignificantes.
Dicho esto, me parece un esperpento criticar al CD Tenerife y a Ramis por su fútbol. El Tenerife llevaba una década jugando a la nada más absoluta, pasando sin pena ni gloria por la Segunda División, e incluso algún que otro año arrastrándose para permanecer en la categoría.
Hoy, que Ramis ha construido un bloque de hormigón armado, férreo, correoso, sacrificado, con oficio, hoy se critican la formas; evidentemente con el resultado de por medio. Porque cuando es positivo todo parece taparse con un dedo de ventajismo sonrojante.
Hay sectores a los que parece no valerle ver a su equipo competir como los ángeles, ni observar cómo se sostiene semana tras semana en puestos de playoff, cuando hace muchísimo tiempo que el disfrutar de algo así era un sueño que parecía que nunca iba a convertirse en realidad.
El fútbol es un deporte al que se puede ganar de un millón de formas, por los caminos más inescrutables e inesperados posibles, y es una absoluta irresponsabilidad tener que adaptarse a una por belleza o divertimento. Eso está al alcance de muy pocos, mucho menos en esta categoría tan exigente.
Creo que el entorno, el momento, el contexto y los aficionados merecen que les dejen disfrutar, sin condicionarlos, de cómo su equipo pelea, se sacrifica, se implica, saca coraje, fortaleza y fe para combatir con absolutamente todo por defender sus ventajas; y por lograr conseguirlas.
Eso es un orgullo, al que, de igual forma que con el “jugar bonito”, no muchos equipos pueden acceder.
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